Donde están los cucuyos
que iluminaron mi infancia,
donde encuentro de nuevo
los colores perdidos
de la inocente inocencia.
El alcohol puede sin remedio
conservar mis neuronas,
pero el precio que pago
es el robo inefable
del matiz de mi infancia,
de la habilidad de usar la mente
solo para saborear fantasías
haciendo de la imaginación un juego
y no un laberinto de complicaciones
utilizado para razonar
pensamientos abstractos
que hacen de la realidad
un mito lejano
y difícil de disfrutar.
Facturas, deudas y recibos,
llamadas de alerta
y depósitos raquíticos.
Donde están mis cucuyos
que me protegían
de la infamia de este mundo.
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